Entrevista a Pedro Sánchez-Prieto, editor del Lapidario 12 de junio de 2015 – Publicado en: Libros, Reseñas destacadas – Etiquetas: Alfonso X, Lapidario, Literatura alfonsí, Literatura medieval
Pedro Sánchez-Prieto, catedrático de Lengua y Literatura Española nos recibe en este espacio virtual para charlar acerca del Lapidario. Gran especialista en la obra de Alfonso X el Sabio, como quedó demostrado en su magnífica edición de la General estoria, se vuelve a sumergir en los códices alfonsíes para ofrecernos una cuidadísima edición ilustrada del Lapidario, texto que desde hace siglos ha despertado la fascinación de todo el que se ha asomado a sus páginas, y que viene a ocupar un lugar distinguido dentro del corpus alfonsí publicado en la Biblioteca Castro.
-Para todo el que desconozca la naturaleza del libro que hoy presentamos, ¿nos podrías explicar en breves palabras qué es el Lapidario?
El Lapidario es una obra muy curiosa. Explica las propiedades de los minerales o piedras (lapides en latín, de ahí el título). Pero según una idea difundida en la Edad Media, ven aumentados sus efectos por influjo de los astros, de tal manera que cada una se ve influida por uno de los signos del Zodíaco y por un grado de cada uno de signos. De manera que si hay doce signos zodiacales y cada signo tiene treinta grados, resultan un total de 360 posiciones de los astros, que influyen en un número igual de piedras. Es este un planteamiento que puede considerarse neoplatónico, pues se piensa que no hay objeto en la tierra que no esté ya “figurado” en el cielo (y así, el carnero se corresponde con Aries, o el oso con la figura de la Osa Mayor). Entre las propiedades de las piedras la tradición recogida por los colaboradores del rey Sabio se centra en los efectos curativos, medicinales. Ellos pensaban que en las proporciones adecuadas y usadas según procedimientos que se describen en el Lapidario con gran detalle servían para curar muchas enfermedades. Pero la obra también enseña a evitar otras piedras perjudiciales.
-En tu interesante prólogo al texto nos explicas cómo árabes, judíos y cristianos no solo convivían sino que compartían saberes en Alandalús y el reino de Castilla y León. ¿Crees que sin esta conjunción de las tres culturas hubiera sido posible una obra como el Lapidario?
Desde luego que no. El conocimiento, la ciencia, hizo un recorrido de oriente a occidente muy llamativo. Porque muchos de los libros que en Grecia condensaban el saber de la Antigüedad fueron traducidos al siríaco, y de este al árabe. Pero no se trató de meras traducciones, sino que los textos fueron completados con saberes venidos de oriente, de la India, sobre todo. Estos textos en árabe llegaron a la Península Ibérica y allí fueron traducidos al latín, o al latín y al romance, y luego solo al romance, sobre todo al castellano. Esta actividad se desarrolló enormemente con Alfonso X el Sabio. En el prólogo del Lapidario se nos dice que esta obra fue encontrada en árabe cuando el propio Alfonso era infante, y que él la mandó traducir al castellano a un médico judío buen conocedor de árabe y latín.
-Aunque aparezca mencionado en una nota al pie de página, llama la atención la inagotable curiosidad intelectual de este monarca que “buscaba antes provecho en el saber que en la caza y en la guerra”. ¿Podríamos decir que el legado del rey Sabio se debe medir más por triunfos culturales que por territorios reconquistados?
La figura de Alfonso X, como la de cualquier personaje histórico, tiene muchos perfiles, y ha sido vista de modos muy diferentes. El padre Mariana dijo aquello de que “de tanto mirar al cielo se le cayó la corona”, como queriendo señalar que ciertos conocimientos e inquietudes sobran en un monarca. Pero lo cierto que es Alfonso X se preocupó mucho de la organización del reino, y prueba de ello es el corpus legal de las Siete Partidas. El deseo de difundir el saber forma parte de una concepción política. Por un lado él quiere crear una visión del mundo y de la historia a través de sus obras; por otro, quiere ilustrar a sus súbditos. No hay que olvidar que él apuesta decididamente por la lengua romance, el castellano, frente al latín para sus obras científicas, legales e históricas. Y esto también es acción política. De todos modos, el rey Sabio quiso proyectarse hacia el futuro con su inmensa producción, y estas obras son su mejor legado, por encima de los aciertos y, también, errores como monarca.
-Para el que pueda pensar que el rey Alfonso simplemente se rodeaba de un “equipo de traductores”, ¿podrías aclararnos en qué consistía la labor de estos compiladores? ¿Sometían a crítica los textos que vertían del árabe al romance?
Una labor como la que se llevó a cabo en la corte de Alfonso X no habría sido posible sin un equipo de intelectuales que se encargara de recopilar libros sobre saberes muy diversos y de traducirlos al romance. Pero, sobre todo para los textos historiográficos, el trabajo no consistía solo en recopilar diversos textos y adicionarlos. La obra historiografía responde una planificación compleja, a un deseo e armonizar las noticias, a veces contradictorias, tomadas de las fuentes. No basta, pues, con el trabajo de los traductores; es necesario que haya unos “compiladores” que selecciones los textos más pertinentes, los dispongan en el orden necesario, los completen con informaciones diversas, y que, definitiva, los integren en un nuevo relato que no es igual a la mera suma de las fuentes. Para las obras científicas los estudiosos han reconocido un grado de literalismo mucho mayor. Pero la selección de los textos, la adición de prólogos que orientan sobre cómo ha de entenderse y utilizarse la obra, la adición de comentarios y explicaciones, y el uso mismo del romance, con sus modos de expresión muy distintos de los del árabe, dan como resultado una obra nueva, que nunca es igual a sus fuentes.
-Desde el punto racionalista del siglo XXI, ¿podríamos entender como científica esta creencia en la influencia de los astros sobre ciertos minerales y sus potenciales virtudes?
Indudablemente, muchas de las ideas que en otro tiempo pasaron por conocimiento hoy nos pueden parecer pura superstición. Y lo mismo pasará en el futuro con una parte de la ciencia actual. Creo que nuestra época no es mucho menos irracional que el s. XIII, solo que las supersticiones han cambiado. Pero lo importante no es hacer un juicio sobre la ciencia en el pasado, sino entender cómo la única manera de aprender es equivocándose. El principio neoplatónico de que los astros influyen en el comportamiento humano y en las propiedades de los seres vivos no es avalado por la ciencia moderna, pero ese intento medieval de comprender el cosmos llevó a innegables progresos en el conocimiento de los astros, sus posiciones y movimientos. Piénsese que en la corte de Alfonso X se elaboraron unas tablas astronómicas e incluso se describió cómo construir relojes y un astrolabio. Sin esta curiosidad por las estrellas y su influencia en la vida de los hombres seguramente no habrían tenido lugar al final de la Edad Media los grandes descubrimientos geográficos que dieron paso a la Edad Moderna.
-¿Qué es el Libro de las formas y las imágenes que son en los cielos, y por qué editarlo junto con el Lapidario?
No sabemos muy bien cuál era el contenido, porque solo se conserva el índice. Por esto sabemos que se proyectó como un compendio de la ciencia mineralógica, organizado en once tratados. En estos pueden verse enumerados muchos sortilegios de efectos buenos y malos, algunos muy crueles. Las propiedades mágicas de las piedras favorecidas por el influjo de los astros atraerían la curiosidad del Alfonso el Sabio, pero esto no quiere decir necesariamente que el propio rey o sus colaboradores practicaran estos sortilegios. Aunque las intenciones parecen bastante diferentes, el contenido mineralógico común, coincidente en algunas secciones, es lo que justifica editar las obras conjuntamente.
-En la Introducción adviertes del carácter nigromántico de algunos tratados del Libro de las formas e imágenes. En él podemos asombrarnos ante el uso de algunos minerales para “hacer nacer los niños sin cojones” o “fazer morir los niños ante que los viejos”. ¿Crees que unos siglos después la Santa Inquisición hubiera permitido al rey “patrocinar” o al menos auspiciar este tipo de contenidos?
Sí, el Libro de las formas e imágenes se puede considerar un tratado de magia. Hay trucos para no tener dolor de muelas, para ser invisible, pero también para que el médico no pueda curar, para hacer que los hombres parezcan perros, para que alguien se vuelva loco, para que atraer los osos a una ciudad o causar terremotos. El hecho mismo de que no se nos haya conservado el texto puede que tenga que ver con este carácter nigromántico. El rey Alfonso fue acusado de herejía en medio del enorme pleito por la sucesión al trono de Castilla en sus últimos años, al haber muerto el primogénito. Estoy convencido de que la libertad intelectual de la que hizo gala a lo largo de toda su vida le fue permitida solo por ser rey. De hecho, este aperturismo científico que convirtió a ciudades del reino de Castilla como Toledo y Sevilla en destino de muchos estudiosos europeos que querían conocer, entre otros, estos saberes nigrománticos, terminó a su muerte. Se abre así ya, bajo Sancho IV, una etapa mucho más ortodoxa. Y aquella libertad intelectual de la segunda mitad del s. XIII fue ya solo historia.