Obras completas. Tomo II

Mariquita y Antonio
Pepita Jiménez
Las ilusiones del doctor Faustino
El Comendador Mendoza
Pasarse de listo

Pocos novelistas españoles del XIX tienen una estética de la novela tan sólida y coherente, cuyas peculiaridades le hacen precursor de teorías modernas, como la de considerar al lector como un personaje más del texto, que recibe pistas para reconstruir con la imaginación los procesos que no se muestran. Publicó su primera gran obra, Pepita Jiménez (1874), cuando ya tenía cincuenta años, por lo que se le ha considerado erróneamente un autor tardío, pero empezó a escribir mucho antes: en 1860 comienza a publicar su primera novela inacabada, Mariquita y Antonio, como folletín en la prensa. La acción de sus novelas deriva del conflicto interior de los personajes consigo mismos junto a una sutil ironía que tiñe todo el texto, ya que considera, desde su admiración por Cervantes, que es lícito parodiar lo que se ama. De Cervantes toma también el recurso del segundo narrador, pero a diferencia de este, el primer narrador de Valera pone en tela de juicio la veracidad de la historia, como ocurre en Pepita Jiménez, lo que genera un distanciamiento que da pie a la ironía y que permite incorporar reflexiones libres del primer narrador, en las que también implica al lector.

Aunque tardó en publicar, escribía desde sus años jóvenes y fue reconocido por la Real Academia en 1861. Su estilo clasicista refleja la influencia de los autores grecolatinos y su ideal humano es el del cortesano renacentista, al que añade tres cualidades modernas: espíritu crítico, saber enciclopédico y amor a la libertad. El modelo intelectual y social que trata de seguir en su vida y en su obra le convierte en una figura excepcional para su época. Con una curiosidad insaciable, compaginó su quehacer intelectual con los placeres de la vida y las actividades sociales y políticas, para después recoger sus impresiones en su extensa obra. Es uno de los mejores prosistas de su época con un dominio sorprendente del idioma y una riqueza de vocabulario sin parangón entre los autores realistas, sin duda, por su profundo conocimiento de los autores del Siglo de Oro, lo que genera un rasgo de su estilo: la sabia combinación de recursos cultos y castizos y una constante preocupación por la perfección idiomática. Como admirador de Cervantes, Valera se enfrenta a su personajes con una mirada irónica, pero siempre deja traslucir el cariño del creador hacia su criaturas. Esta afinidad con el autor del Quijote lo separa de los narradores realistas y del afán documentalista del Naturalismo.