De la madre luminosa cantada por Machado a la ausente de Rosalía de Castro, de la mirada irónica de Jardiel a la prosa lírica de Juan Ramón Jiménez en Platero y yo.
Para celebrar el Día de la madre, he aquí algunos fragmentos que rinden homenaje a la maternidad y nos muestran su peso en la obra de nuestros autores clásicos.

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…Si
olvidase los agravios de mi madre, me tendría por el más miserable de los
hombres. ¡Mi madre!
Yo no he conocido otra protección sino la suya. Me hablan
ustedes de un rey de Dacia, que es mi padre. ¿Los padres acarician a sus
hijos?… No recuerdo que me haya besado el rey de Dacia. Mi madre sí: he
calentado mil veces la cara en su pecho; he conciliado el sueño en su regazo;
sus brazos me acogieron amorosamente. Si tengo alguna educación, es porque mi
madre me buscó profesores; si no estragué en el vicio mis veinte años, es
porque mi madre supo preservarme con su cariño. En mis en enfermedades, ella me
asistía; en mis soledades, ella me consolaba… No; mi familia, es mi madre.
Hasta las comodidades materiales que me rodean, la hacienda que disfruto, y que
hace de mí un privilegiado de la vida, la debo al trabajo de mi madre..
El saludo de las brujas, E. Pardo Bazán (Tomo IV) https://bit.ly/35eCwyz
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—¿Cómo
te llamas?
—Mi
nombre de bautismo es Bernabé, mi madre me llamó
siempre
Sab, y así me han llamado luego mis amos.
—¿Tu
madre era negra, o mulata como tú?
—Mi
madre vino al mundo en un país donde su color no
era
un signo de esclavitud: mi madre —repitió con cierto
orgullo—
nació libre y princesa. Bien lo saben todos aquellos
que
fueron como ella conducidos aquí de las costas del
Congo
por los traficantes de carne humana. Pero princesa
en
su país fue vendida en este como esclava.
Sab, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tomo único) https://bit.ly/3aQlUy6
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Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.
En su regazo amoroso,
soñaba… ¡sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.
Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritiose en su pecho.
Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
muriose la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.
La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho…
Tengo otra madre en lo alto…
¡por eso yo no me he muerto!
A mi madre, Rosalía de Castro (Tomo I) https://bit.ly/3aIEpEM
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La sombra azulada de mi madre, muerta hace
once años, se
extendió sobre mi infancia
inculcándome el buen gusto, la delicadeza
y la melancolía.
A los cuatro años, Luis de
Zulueta me cogía en brazos para
enseñarme trozos del Romancero
morisco, que él pronunciaba
con un encantador acento de las
Ramblas. (Por lo cual, siempre
creí que Mahoma se decía Mahomá).
A los siete, de la mano materna,
recorría las salas del Museo
del Prado y sabía distinguir de
una ojeada a Rubens de Teniers
y al Greco de Ribera. (Esto
me sirvió perfectamente para no entablar
ahora pedantes discusiones sobre
Pintura y para que me tengan sin cuidado
unos y otros maestros).
Amor se escribe sin hache, Jardiel Poncela (Tomo I) https://bit.ly/3eU1fwx
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LXXXVII
RENACIMIENTO
Galerías
del alma… ¡el alma niña!
Su
clara luz risueña;
y
la pequeña historia,
y
la alegría de la vida nueva…
¡Ah,
volver a nacer, y andar camino,
ya
recobrada la perdida senda!
Y
volver a sentir en nuestra mano,
aquel
latido de la mano buena
de
nuestra madre… Y caminar en sueños
por
amor de la mano que nos lleva.
Soledades, galerías y otros poemas, A. Machado (Tomo único) https://bit.ly/2VLVZn7
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FLORECILLAS
A mi madre
CUANDO murió Mamá Teresa, me
dice mi madre, agonizó
con un delirio de flores. Por no
sé qué asociación, Platero,
con las estrellitas de colores
de mi sueño de entonces, niño
pequeñito, pienso, siempre que
lo recuerdo, que las flores de
su delirio fueron las verbenas,
rosas, azules, moradas.
No veo a Mamá Teresa más que a
través de los cristales de
colores de la cancela del patio,
por los que yo miraba azul o grana
la luna y el sol, inclinada
tercamente sobre las macetas celestes
o sobre los arriates blancos. Y
la imagen permanece sin
volver la cara, —porque yo no me
acuerdo cómo era—, bajo el
sol de la siesta de agosto o
bajo las lluviosas tormentas de
setiembre.
En su delirio dice mi madre que
llamaba a no sé qué jardinero
invisible, Platero. El que
fuera, debió llevársela por una vereda
de flores, de verbenas,
dulcemente. Por ese camino torna
ella, en mi memoria, a mí que la
conservo a su gusto en mi sentir
amable, aunque fuera del todo de
mi corazón, como entre
aquellas sedas finas que ella
usaba, sembradas todas de flores pequeñitas,
hermanas también de los
heliotropos caídos del huerto
y de las lucecillas fugaces de
mis noches de niño.
Platero y yo,
Juan Ramón Jiménez (Tomo I) https://bit.ly/3eXKvnV